jueves, 3 de junio de 2010

Las alas son para volar.

 Cuando se hizo mayor su padre le dijo: «Hijo mío: no todos nacemos con alas. Si bien es cierto que no tienes obligación de volar, creo que sería una pena que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado».
-Pero yo no sé volar -contestó el hijo.
-Es verdad... -dijo el padre. Y, caminando, lo llevó hasta el borde del abismo de la montaña.
-¿Ves, hijo? Éste es el vacío. Cuando quieras volar vas a venir aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y, extendiendo las alas, volarás.
El hijo dudó.
-¿Y si me caigo?
-Aunque te caigas, no morirás. Sólo te harás algunos rasguños que te harán más fuerte para el siguiente intento -contestó el padre.
El hijo volvió al pueblo a ver a sus amigos, a sus compañeros, aquellos con los que había caminado toda su vida.
Los más estrechos de mente le dijeron: «¿Estás loco? ¿Para qué? Tu padre está medio loco... ¿Para qué necesita volar? ¿Por qué no te dejas de tonterías? ¿Quién necesita volar?».
Los mejores amigos le aconsejaron: «¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba a tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol. Pero... ¿desde la cima?».
El joven escuchó el consejo de quienes le querían. Subió a la copa de un árbol y, llenándose de coraje, saltó. Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero, desgraciadamente se precipitó a tierra.
Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre.
-Hijo mío -dijo el padre-. Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en paracaídas: necesitas cierta altura antes de saltar.
Para volar hay que empezar asumiendo riesgos.
Si no quieres, lo mejor quizá sea resignarse y seguir caminando para siempre.


Jorge Bucay

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